Juguete roto
La trágica muerte de Liam Payne con 31 años, excantante de One Direction, el pasado 16 de octubre, al caer del balcón del tercer piso de su hotel en Buenos Aires, ha reabierto el debate sobre si la fama temprana y desmedida es compatible con la estabilidad emocional. Liam, que se sabía que había buscado ayuda profesional para poder sobrellevar una vida expuesta a los focos, tenía cocaína, alcohol y un antidepresivo en su organismo cuando se precipitó. Al cantante se le consideraba un juguete roto, víctima con apenas 17 años, de un éxito tan abrumador, que terminó abocándolo a una trayectoria errática, por la notoriedad perdida. Existen numerosos estudios que aseguran que la vida de las celebrities, conduce habitualmente a sufrir ansiedad, depresión o trastornos adictivos debido a que estas personas se sienten solas, porque la mayor parte de la gente de su alrededor no son vínculos reales. Y una de las formas de evadirse de esa realidad ficticia, de ese ambiente de falsos amigos e intereses creados, es consumir sustancias nocivas o, en algún caso, caer presa de una secta. Y es que estas personas que han tenido fama y éxito a edades muy tempranas, con frecuencia acaban excluidos de un mundo, a los que un día tuvieron acceso preferente, tratándolos como un residuo. En una profesión “montaña rusa” como esa, es necesario aprender a regular emociones, puesto que una buena gestión emocional es un aprendizaje imprescindible para conseguir que la vida sea satisfactoria y equilibrada. Al poner en práctica la inteligencia emocional, conseguimos tomar mejores decisiones, reducir la ansiedad, tolerar mejor las situaciones negativas, aumentar la motivación y controlar los impulsos. www.carloshidalgo.es