La Capilla Sixtina
Una de las obras de arte más majestuosas de la historia, estuvo originada por los celos y la envidia. Miguel Ángel Buonarotti, era objeto de admiración y respeto por todo el mundo, pero como ocurre con los genios, también de celos y envidias. En Roma, sus rivales fueron Rafael y Bramante. Este último, convenció al Papa Julio II para que encargase a Miguel Ángel pintar la Capilla Sixtina con el objetivo de dejarlo en ridículo, pensando que no sería capaz de hacerlo, y así darle el proyecto a su amigo Rafael. Miguel Ángel, ya célebre por La Piedad y El David, contestó al Papa que no podía pintar 1.000 m² de techo curvo a 21 metros de altura, considerándose escultor, no pintor. Pero, al ser un gran devoto y ante la amenaza de excomunión, el genio aceptó el encargo. En 1512, tras 4 años sin apenas salir de la capilla, y casi ciego, por la pintura que le caía en los ojos (pintaba tumbado boca arriba), consiguió presentar al mundo una obra maestra universal. La envidia es ese desagradable sentimiento que surge cuando notamos que otra persona tiene una cualidad o un bien que quisiéramos poseer. Así, la persona envidiosa no puede soportar que otros hayan alcanzado cotas de éxito superiores a el. Pero cuando el ser humano abandona la envidia y se centra en su propia virtud, entra en el camino de la dicha. Y así fue. Rafael quedó tan maravillado con la obra, que homenajeó a Miguel Ángel incluyéndolo como figura central en su mejor cuadro, “La Escuela de Atenas”, convirtiéndose en mejor pintor de lo que era. www.carloshidalgo.es