La cara, espejo del alma
Leonardo Da Vinci utilizó a modelos reales para llevar a cabo, durante siete años, “La Última Cena”. La persona que sería el modelo para ser Jesucristo fue la primera en ser seleccionada, para el que buscó un rostro inocente, pacífico y libre de cicatrices, eligiendo a un joven de 20 años. Durante meses pintó el personaje central de la obra. En los siguientes años fue trabajando el resto de personajes dejando a Judas para el final. Para él buscaba a un hombre con una expresión dura y fría, con un rostro marcado por las cicatrices, el crimen y la traición. Llegó a sus oídos que había un hombre de esas características en el calabozo y el maestro lo seleccionó por su rostro marcado por el rencor, el odio y la avaricia. Durante meses ese hombre se sentó frente a él mientras realizaba su tarea. Cuando dio el último trazo a su obra el prisionero le dijo: “Maestro ¿No reconoces quién soy?” Leonardo le miró y le respondió que nunca lo había visto antes. “¿Tan bajo he caído? -respondió el modelo- ¡Yo soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Jesús hace siete años!”. ¿Tanto puede cambiar el rostro de un hombre por el tipo de vida que ha llevado? Lo cierto es que sí, pues la cara es la parte mas reveladora del cuerpo humano. Padecer sentimientos negativos como la amargura, la inquina o la tristeza, dejan su huella en el rostro, pues éste es una de las partes más sensibles del cuerpo y una de las que más rápidamente reacciona. De hecho, es la parte que más visiblemente muestra los cambios interiores. www.carloshidalgo.es