Síndrome de Procusto
En la mitología griega, Procusto era un posadero que tenía su negocio en las colinas de Ática. Cuando un viajero solitario se alojaba allí, Procusto entraba por la noche en su habitación y le ataba las extremidades a las esquinas de la cama. Entonces, había dos posibilidades: Si el viajero era más grande que la cama, le cortaba las extremidades que sobresalían (pies, brazos, cabeza…) para que encajase exactamente en el lecho; si por el contrario era más pequeño, le estiraba hasta descoyuntarlo para que se adaptase a la medida. Lo cierto es que nadie se adaptaba inicialmente a la medida ya que, al parecer, Procusto tenía dos camas para esta tarea, una grande y otra pequeña; y asignaba una u otra habitación en función de la altura del huésped. Teseo fue quien acabó con Procusto engañándole para que se tumbase en la cama, momento que aprovechó para atarle y aplicarle su propio método. Básicamente Procusto se ha convertido en sinónimo de uniformidad y su síndrome define la intolerancia a la diferencia. Y esto puede aplicarse a todas las áreas del ser humano. Por ejemplo, en el entorno laboral, el miedo a ser superado profesionalmente por un subordinado puede llevar a algunos directivos a eludir su responsabilidad de tomar las decisiones más adecuadas para su empresa, dedicándose a cercenar las iniciativas, aportaciones e ideas de aquellos que pueden dejarles en evidencia. Con frecuencia hablan de tolerancia, de multidiversidad y de intercambio de ideas, pero llegado el momento no soportan que se den opiniones diferentes a la suya, centrándose en criticar y deslegitimar a esa persona. Limitan las capacidades, creatividad e iniciativas de sus subordinados, intentando cortar la cabeza al que sobresalga, para que no se evidencien sus propias carencias, su mediocridad. Como consecuencia de esto, generan un clima de estrés laboral, no optimizando sus equipos, pues prima su visión personal, frente a la maximización de la eficacia. www.carloshidalgo.es